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La única salida para el enigma de la Segunda Ilusión era crear una tercera: que El Creador y las creaciones no son una unidad.
Esto exigía que la mente humana concibiera la posibilidad de lo imposible: Aquello que es Uno no es Uno; Aquello que está Unificado en realidad está separado.
Esta es la ilusión de Desunión: la idea de que la separación existe, es real.
Nuestra especie llegó a la conclusión de que, si las creaciones estaban separadas del Creador y el Creador les permitía que hicieran lo que les viniera en gana, entonces, a las creaciones les sería posible hacer algo que el Creador no querría que hicieran. En estas circunstancias, la Voluntad del Creador podría verse frustrada. Dios podría querer algo, pero no obtenerlo.
La separación produce la posibilidad del Fracaso, y el Fracaso solo es posible si la Necesidad existe, es real. Una ilusión depende de la otra.
Las primeras tres ilusiones son las decisivas. Tanta importancia tienen y son tan indispensables para sustentar a las demás, que se les asignaron distintos relatos culturales para poder explicarlas y asegurarse de que fueran expuestas claramente y con frecuencia.
Cada una de nuestras culturas creó su propio relato especial, pero todas ellas establecieron los mismos puntos básicos, cada una a su manera. Una de las más famosas es la de Adán y Eva.
Se dice que el primer hombre y la primera mujer fueron creados por Dios y que vivían felices en el Jardín del Edén, o Paraíso. Allí disfrutaban de vida eterna y comunión con lo Divino.
A cambio de este regalo de una Vida idílica, Dios tan solo les ordenó una cosa: No comáis del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal.
Según esta leyenda, Eva, de todas maneras, se comió la fruta. Desobedeció las órdenes. Pero la culpa no fue solo de ella. Fue tentada por una serpiente que en realidad era el ser que hemos llamado Satán o Diablo.
Y exactamente ¿quién es este Diablo? Él es, según dice un relato, un ángel que se desvió por el mal camino, una creación de Dios que se atrevió a querer ser tan grande como su Creador. Tal cosa, dice la historia, es la máxima ofensa, la blasfemia suprema. Todas las creaciones deberían honrar al Creador y no pretender ser tan grandes o más que Él.
La separación produce la posibilidad del Fracaso, y el Fracaso solo es posible si la Necesidad existe, es real. Una ilusión depende de la otra.
En esta particular versión del relato cultural principal, nos hemos desviado de nuestro patrón habitual al adjudicarle a Dios cualidades que no están reflejadas en la experiencia humana.
Los creadores humanos realmente quieren que sus descendientes se esfuercen por ser tan grandes, o incluso más, que ellos. El mayor placer que puedan tener unos progenitores saludables es ver que sus criaturas alcanzan, y superan, su propia situación en la vida, y sobrepasan sus propios logros.
Por otra parte, se dijo que Dios se había sentido deshonrado y profundamente ofendido por esto. Satán, el ángel caído, fue expulsado, separado del rebaño, desdeñado, maldecido y, de repente, en la Realidad Última, existían dos poderes: Dios y Satán; y dos lugares desde los cuales operaban, cielo e infierno.
Era el deseo de Satán, según la trama de la historia, tentar a los humanos a desobedecer la Voluntad de Dios. Dios y Satán competían ahora por el alma del hombre. Y, sorprendentemente, se trataba de una competición que Dios podía perder.
Todo esto demostró que Dios no era un Dios tan todopoderoso después de todo… o bien que sí era todopoderoso, pero no quería usar su poder porque quería darle a Satán una oportunidad. O bien, que el asunto no estaba en darle o no a Satán una oportunidad, sino en dar a los seres humanos libre albedrío. Excepto que, si ejerciéramos nuestro libre albedrío de alguna manera que Dios no aprobara, nos entregaría a Satán, quien nos torturaría por toda la eternidad.
Tales son los enrevesados relatos que han acabado por transformarse en doctrina religiosa en nuestro planeta.
Por el relato de Adán y Eva, muchas personas creyeron que Dios castigó al primer hombre y a la primera mujer porque esta se comió la fruta prohibida, expulsándolos del Jardín del Edén. Y (¿puedes creerlo?), castigó a todos y cada uno de los hombres y mujeres que jamás fueran a vivir a partir de ese momento, cargándolos con la primera culpa de los humanos, y sentenciándolos también a permanecer separados de Dios para todas las generaciones venideras.
A través de este y de otros relatos igualmente coloridos, se difundieron las primeras tres ilusiones de una manera dramática para que, sobre todo los niños, no las pudieran olvidar pronto. Estas historias tenían tanto éxito a la hora de inyectar temor en el corazón de los niños, que se repetían una y otra vez a cada nueva generación. Y así, las primeras tres ilusiones quedaron profundamente incrustadas en la psique humana.
1. Dios tiene un orden del día, una agenda oculta (la Necesidad existe, es real)
2. El resultado de la vida es incierto (el Fracaso existe, es real)
3. Estamos separados de Dios (la Desunión existe, es real)
Aunque la idea de que la Necesidad y el Fracaso son reales es indispensable para el resto de las Ilusiones, la idea de que la Desunión es real es la idea que tiene un mayor impacto sobre los asuntos humanos.
El impacto de La Tercera Ilusión repercute en la especie humana hasta la fecha.
Si consideras que La Tercera Ilusión es verdad, tendrás una experiencia de la vida.
Si no lo crees así, si piensas que en realidad es una ilusión, tendrás otra.
Y esas dos experiencias serán dramáticamente diferentes.
En la actualidad, casi toda la gente de nuestro planeta cree que La Ilusión de la Separación es real. Como resultado, las personas se sienten separadas de Dios y separadas entre sí.
La sensación de estar separados de Dios hace que a la gente le resulte muy difícil relacionarse con Dios de un modo significativo. Lo interpretamos mal, le tememos, le suplicamos por ayuda –o lo negamos por completo.
Al hacerlo así, los humanos han perdido la gloriosa oportunidad de usar la fuerza más poderosa del Universo. Se han sometido a sí mismos a unas vidas sobre las que no creen tener control, a unas condiciones que creen que no pueden cambiar, y que provocan experiencias y resultados que creen que son inevitables.
Viven vidas de callada desesperación, ofreciendo su dolor, soportándolo con gusto, creyendo que con su muda valentía se ganarán el favor suficiente como para entrar al cielo, donde recibirán su recompensa.
Existen muchas razones por las que sufrir sin quejarse excesivamente puede ser beneficioso para el alma, pero asegurar nuestra recompensa en el cielo no es una de ellas. El valor es su propia recompensa, y no puede haber una buena razón para causar sufrimiento a otras personas –que es lo que provocan las quejas.
Así pues, el Maestro nunca se queja, nunca se lamenta, y con ello aminora el sufrimiento tanto a su alrededor como en su interior. Pero si el Maestro se abstiene de quejarse, no es con el fin de reducir el sufrimiento; él no interpreta la experiencia del dolor como sufrimiento, sino simplemente como dolor.
El dolor es una experiencia. El sufrimiento es un juicio que se hace a partir de esa experiencia. Según muchos, el dolor que experimentan no es aceptable y no debería ocurrir. No obstante, el grado en el cual el dolor se acepta como perfecto es equivalente al grado en el cual es posible eliminar el sufrimiento en la vida. Gracias a esta comprensión, los Maestros superan todo sufrimiento, aunque no escapen por completo al dolor.
Incluso quienes no han alcanzado esta maestría han experimentado la diferencia entre el dolor y el sufrimiento. Un ejemplo de esto podría ser la extracción de una muela muy dolorosa. La extracción duele, pero es un dolor muy bienvenido.
La sensación de estar separados de Dios impide a los seres humanos el usar a Dios, llamarlo, entablar una amistad con El y aprovechar todo el potencial de su poder creativo y curativo, ya sea para poder poner fin al sufrimiento, o para cualquier otro fin.
Su sensación de estar separados unos de otros permite que los humanos hagan cosas a otras personas que jamás se harían a ellos mismos. Al no poder reconocer que se están haciendo esas cosas a sí mismos, producen y reproducen resultados desagradables en sus vidas cotidianas y en su experiencia sobre el planeta.
Se ha dicho que la especie humana se enfrenta a los mismos problemas desde los albores de la historia, y es verdad, pero quizá ahora en menor grado. La avaricia, la violencia, los celos y otras conductas que no consideramos como beneficiosas para nadie, son aún exhibidas por los miembros de nuestra especie, aunque en la actualidad por una minoría. Esto es señal de nuestra evolución.
No obstante, los esfuerzos de nuestra sociedad no están dirigidos tanto hacia la modificación de estas conductas como hacia su castigo. Se cree que el castigo las corregirá. Algunas personas aún no comprenden que, si no corrigen las condiciones sociales que crean e invitan a que se produzcan esas conductas indeseables, no arreglarán nada.
Un análisis verdaderamente objetivo lo demuestra, sin embargo muchas personas desconocen la evidencia y siguen intentando resolver los problemas de la sociedad con la misma energía que los generó. Pretenden suprimir las matanzas con matanzas, acabar con la violencia con más violencia, sofocar la ira con más ira. Y así, haciendo esto, les resulta imposible advertir su propia hipocresía y, por tanto, la personifican.
El hecho de reconocer las primeras tres ilusiones como tales provocaría que todo el mundo dejara de negar la Unidad de toda Vida, y que se detuviera la amenaza de destruir toda vida sobre el planeta.
Muchos individuos continúan percibiéndose a sí mismos como separados unos de otros, de todos los seres vivos y de Dios. Ven que se están autodestruyendo a sí mismos y, no obstante, aseguran que no comprenden cómo lo hacen. Afirman que seguramente no es por sus acciones individuales. No pueden apreciar la conexión que hay entre sus decisiones y elecciones, y el mundo en toda su extensión.
Estas son las creencias de muchos y, si deseamos que cambien, el cambio depende de aquellos de nosotros que entiendan de verdad la Causa y el Efecto. Pues nuestros semejantes humanos creen que no está teniendo ningún efecto negativo en El Todo derribar cientos de miles de árboles cada semana para poder recibir su periódico dominical. Que no está teniendo ningún efecto negativo en El Todo llevar impurezas de todo tipo a la atmósfera a fin de que su estilo de vida no cambie. Que no está teniendo ningún efecto negativo en El Todo fumar cigarrillos, o comer carne roja a todas horas, o consumir grandes cantidades de alcohol, y ya se hartaron de que la gente les diga que sí lo tiene.
No está teniendo ningún efecto negativo, dicen, y están hartos de que la gente les diga que sí.
Se dicen a sí mismos que las conductas individuales no están teniendo un efecto tan negativo en El Todo como para provocar su colapso. Eso solo sería posible si nada estuviera separado, si de veras El Todo se estuviera haciendo todo eso a sí mismo. Y eso es absurdo. La Tercera Ilusión es verdad. Somos seres separados.
Pero las acciones separadas de todos los seres separados que no son una unidad entre sí, ni son una unidad con la Vida entera, parecen, de hecho, tener un efecto muy real en la Vida misma. En la actualidad, por fin, cada vez más personas están comenzando a admitir esto conforme van progresando desde un pensamiento cultural primitivo, hacia una sociedad más evolucionada.
Esto se debe al trabajo que estamos haciendo aquí, y lo que harás tú y otros como tú al advertir la realidad a los demás, al habernos unido al esfuerzo por despertarnos mutuamente, cada uno a su manera, algunos de forma callada e individual, otros en grupo.
En tiempos pasados, no había tantos de nosotros que estuvieran dispuestos y fueran capaces de despertar a los demás. Así, el grueso de la gente vivía inmersa en las ilusiones, y se sentía desconcertada.
¿Por qué debería representar un problema el hecho de que estemos separados unos de otros? ¿Cómo puede ser que cualquier otra cosa que no fuera la vida comunal –uno para todos y todos para uno– pudiera funcionar sin luchas?
Esas son las cuestiones que los humanos empezaron a plantearse.
Era evidente que La Tercera Ilusión tenía un defecto. Esto debió haber revelado como falsa la idea de la Desunión, pero los humanos sabían, a un cierto nivel muy profundo, que no podían abandonar la Ilusión, o si no, algo muy vital llegaría a su fin.
Pero de nuevo cometieron un error. En vez de ver la ilusión como una ilusión, y usarla para el propósito para el cual estaba destinada, consideraron que tenían que maquillar el fallo.
Y a fin de corregir el defecto de La Tercera Ilusión crearon la Cuarta.
[Fuente incierta, compilado en un archivo de Word el 15042024]
























