.
Ítaca es el destino arquetípico para la idea rectora de cualquier viaje. Implica la idea de vuelta al origen como apropiación de sí mism@. Ítaca es, por la gracia de diversas acrobacias entre ideas, la conquista de la libertad.
El poeta ciego ―en su contemplación de la partida de Ulises― despliega el horizonte en el que su héroe cumple con el llamado al que lo obligan sus alianzas. El ser humano es, en el personaje de Ulises, un espacio entre el lugar donde lo ubican sus azares y el lugar imposible donde su conciencia se encuentra consigo misma. Como Tiresias, la ceguera física se transmuta en visión interior, en conocimiento profundo de las verdades esenciales.
Imagino al rapsoda ciego, para quien sus oyentes eran ficciones casi tanto como los relatos que reproducía y recreaba, pues de su auditorio sólo podía deducir la existencia por las aclamaciones y voces expresando el deseo de alimentarse con más relatos. Se sabe, o se dice, que Homero no fue el autor de la Odisea en el sentido contemporáneo del término ―como productor de realidades alternas ex nihilo o como creador de esencias nuevas a partir del artificio, desde la nada― sino que recopila y organiza un conjunto de relatos compartidos y alterados por generaciones de rapsodas previos. Homero vendría a ser entonces una especie de autor colectivo quien compilaba en su memoria un cadáver exquisito acerca de sucesos más o menos fantásticos en los que sin embargo se reflejaba una comunidad que hoy llamaríamos en conjunto y con su debida nostalgia «los antiguos griegos», un pueblo concreto que existió en la Historia, según testimonios confiables… igual que las voces, las vibraciones, el choque de cuerpos y energías invisibles (en su calidad de signos), eran certificaciones para Homero de la presencia de sus oyentes.
La transmisión de cantos entre rapsodas tendría que ser, asimismo, testimonio de un guiño de veracidad en los relatos contados, que no pudieron venir sino de alguien que estuvo presente en ellos; o los oyó como Homero, que no podía ver. En este orden de ideas es entendible que en la brevedad de nuestra vida no lleguemos a estar en la presencia de un dios, pero quizá sea posible palpar los restos de sus signos en el aire, creyendo ciegamente que tales signos podrán llevarnos a la referencia insondable.
Un día nacemos destinados al trono por la referencia de ancestros valientes que lucharon por su vida propia y de los suyos por venir, saltando de la sobrevivencia al sueño civilizatorio, librando incontables batallas para poder decir «esto soy yo y los que me aman; aniquilando lo otro amenazante, para asimilar lo aniquilado en la experiencia de comunión», al tiempo de reconocer las referencias entre una vida y otra de tal forma que la vida preserve a la vida, para estar presentes en el lapso donde se consuma nuestra carne, y nuestro cadáver palpe y escuche el murmullo de lo inmortal.
De esta manera, pienso que mientras pueda ordenar las emociones, las ciegas percepciones de los signos, pensamientos y esperanzas en un discurso continuo e incesante, el sujeto nominal de mis reflexiones gramaticales tendrá, por mi enunciación, un referente seguro. Llego a creer que mientras sueñen mis vocablos, ningún daño podrá alcanzarme. Sin embargo, la verdad es que mis luchas me han quitado todo: el tiempo, la vitalidad, el valor para soñar, las ganas de hacer cosas.
Pienso en Ulises, que nació en un halo de privilegio, de responsabilidades, su obligación de aprender a poseer, administrar sus bienes, pedir y ofrecer a dioses y hombres el derecho y el favor de preservarse; sabiendo que aún con todo eso, nada era seguro, pero al mismo tiempo, no podía rendirse, pues de existir algún bien, alguna recompensa, sólo sería lograda con esfuerzo. Y lo comprobó en su deber de ir a Troya, poniendo a prueba su coraje, claridad y paciencia, por lo que era llamado entre los suyos «prudente como Zeus». A él acudían los argivos en busca de consejo. Él era quien los exhortaba a resistir, a reunir las fuerzas necesarias para no abandonar la empresa, cuando se daba cuenta que todos sus compañeros estaban pensando en abandonar Troya después de nueve años de lucha sin conseguir su objetivo. Sólo Ulises les recordó que la misma razón por que querían rendirse, era la razón por la que debían quedarse, y preferir la muerte antes que la flaqueza.
Ulises logró lo que deseaba. Abandonó Troya con alguna compañía, pero los dioses quisieron que sus naves sucumbieran ante el mar y que, al parecer, todos murieran excepto él, naufragando así por azar hasta la isla de la ninfa Calipso, que lo acogió, agasajó hasta hacerle ver su deseo de retenerlo como amante, y Odiseo, al darse cuenta de que, frente a la voluntad de una diosa, la suya estaba cautiva. De todos sus esfuerzos, donde había logrado hacer brillar su personalidad y su valía; finalmente todo eso no lo había hecho dueño de sí mismo, como era su objetivo, sino botín para la voluntad de una diosa.
Debió al principio sentirse halagado y recompensado por conservar su vida. Como era piadoso, seguramente tampoco pudo dejar de sentir la pena de todos sus compañeros perdidos o caídos. Pero su valía, sus virtudes, su suerte, lo habían llevado bajo la protección de una deidad que lo trataba distinguidamente, con comodidades y placeres. Como si ya hubiese muerto igual que todos sus compañeros, y todo lo que le venía era recompensa. En su tierra estaría viviendo cómodamente, sin nada que le fuera necesario para disfrutar sus años de madurez; alimento, placeres, vino. Pero aun lidiando con disputas, decisiones, resolviendo querellas y asuntos tediosos de un gobernante, su reino era su reino, aquello en lo que había puesto sus fuerzas toda su vida, como si de algo divino se tratase.
Al cabo de un tiempo, Ulises debió sentir en su corazón y atravesado como un rayo en su razonamiento, que la voluntad de permanecer en la isla no era voluntad suya, sino de la diosa. Si en algo se caracterizan los dioses y se diferencian de los hombres, además de la inmortalidad, es que el imperio de la voluntad de una deidad, supera con creces la del hombre. Antes de ser acogido por Calipso, las perspectivas de Ulises habrían sido morir en la guerra con los debidos honores, o volver a su patria con sus amados Telémaco y Penélope, a seguir gobernando sus tierras. Ahora se deleitaba con promesas inaccesibles para otros hombres, debía su vida y su voluntad a la ninfa Calipso, divinidad de lo oculto, quien oculto lo tenía, casi sin ninguna referencia para quien intentara buscarlo.
Sólo sentía que, si algo había suyo de verdad, eso se desmoronaba. La visión de sí mismo como un rey y un héroe, tan osado como prudente y dueño de todas sus obras, de pronto estaba siendo socavada por la venenosa sensación de comodidad estéril. A lo lejos, el neblinoso mar se confundía con el turbio horizonte de llanos brotes dorados, la isla, con leves pinceladas de verde como si fueran hojas de laurel, coronaban el lecho de la diosa y su fornitura frugal. En unas piedras lisas junto al lecho alfombrado de hierba suave, descansaba Ulises, sentado, sorbiendo el mar desde adentro, viendo cómo desde dentro suyo se proyectaba, alrededor de la isla, un mar sin camino y sin confín.
.
Referencias:
Campbell, J. (2020). El héroe de las mil caras: Psicoanálisis del mito (L. J. Hernández, Trad.). Fondo de Cultura Económica. (Obra original publicada en 1949)
Camus, A. (2018). El mito de Sísifo (E. Benítez, Trad.). Alianza Editorial. (Obra original publicada en 1942)
Homero. (2017). Odisea (C. García Gual, Trad.). Alianza Editorial.
Kavafis, K. (2015). Ítaca y otros poemas (R. Irigoyen, Trad.). Penguin Clásicos.
.
#Literatura #Filosofía #Homero #Odisea #Ulises #Mitología #PensamientoGriego #Existencialismo #Libertad #Destino #EnsayoLiterario #FilosofíaAntiguaGriega #Literatura #MitologíaGriega #Ítaca #Calipso #Héroe #Viaje #Conocimiento #Sabiduría

