Banquete Coutinho

Vi este documental y me recordó la forma en que pienso cuando observo las cosas. Gran parte del proceso vital del artista debe de girar en torno a la observación, de ahí la importancia. También me recordó por qué me gusta el cine. Por otra parte, me hizo reflexionar sobre la necesidad de renegar del arte para encontrar un sentido profundo y justo de aquello que «se debe» hacer con arreglo a un cierto estilo y una «techné» específica. Cómo acceder a la otredad e invitarla a la «belleza cruda».

Nunca había oído hablar de Coutinho hasta ver este documental sobre él, un realizador de documentales. Me identifiqué mucho con él cuando menciona, al ser entrevistado, que su vida siempre fue muy complicada y que parecía no tener rumbo hasta que hizo su primer documental importante, lo que alivió su ánimo y acalló a sus críticos más severos, ya que su estilo y sus posturas no dejaban de acarrearle detractores desde temprano. El sentimiento de ser reclamado por su trabajo intelectual era lo único que hacía que todo valiera la pena.

Pienso que quizá no tengo aún esa gran obra que me salve, pero sé que la miseria y el hambre de mi espíritu la buscarán hasta el final. Por eso me parece tan importante escribir sobre lo que vi y lo que recuerdo para poder documentar, si no la gran obra en sí, al menos la descripción de ese dolor de estómago.

En el filme también habla de Benjamin; sobre el aura y el ángel de la historia. Pero, sobre todo, me llamó la atención su forma de ver a las personas como las historias que le cuentan o ciertos rasgos distintivos de ellas mismas que se revelan en el momento de aparecer ante la cámara. Mencionó algo así como que, en la rutina, esos mismos rasgos y esas mismas historias pierden su sentido. Como si la rutina no fuera la vida en sí misma y careciera de significado.

Aquí, no puedo evitar recordar la anécdota de una anciana de algún barrio pobre, quizá de Brasil, que decía que siempre había vivido en la miseria, junto al lodo, pero que le gustaban las cosas buenas y bonitas que sabía que no eran para ella. Se explicaba a sí misma que en el antiguo Egipto ella era una reina y, como toda reina de aquella época, debía ser mala y cruel. Y ahora estaba pagando por su maldad, por su karma, al haber nacido en un estilo de vida completamente opuesto al que ella soñaba. También decía que le gustaba mucho Beethoven e incluso había hecho el esfuerzo de adquirir un disco, algo completamente extraño para ella, que no había recibido ninguna educación, pero sentía haber sido una dama de clase alta contemporánea de Beethoven y así era como entendía su pasión por su música. Más adelante, se le preguntó si era feliz. Ella respondió que esa pregunta le dolía mucho, porque una parte de ella se sentía feliz, pero otra parte sentía que no era feliz y que quizá nunca lo sería.


Me vi reflejado, también, en ella, en esa historia y en esos sentimientos, y entendí y sentí ese pequeño instante de comunión que después ya no se repite. Pensé en las personas que habría deseado tener conmigo en mi día a día, que me demostraron su afecto, pero para quienes la vida cotidiana en mi compañía fue amarga y, a la larga, insoportable.

Entonces, el arte, el trabajo intelectual realizado, se vuelve la denuncia de ese asco y de la rutina en uno mismo y en todo. Es esta actividad esencial la que busca lo único, lo real, lo vivo, lo irrepetible en un mundo envuelto en la niebla de lo automático, en un tiempo que el ángel de la historia no puede sino ver como el tiempo en su naturaleza de cruda destrucción.

Banquete Coutinho, 2019, Josafá Veloso. Brasil.